jueves, 17 de marzo de 2016
ARBITRAJE..... MEDIOS ADVERSALES Y NO ADVERSALES.
ARBITRAJE
EL ARBITRAJE ES UN PROCESO POR EL CUAL LAS PARTES ACUERDAN QUE UN TERCERO NEUTRAL RESUELVA EL CONFLICTO EVALUANDO LOS ARGUMENTOS QUE SE PRESENTAN.
TIPOS DE ARBITRAJE
PUEDE SER DE DERECHO O DE CONCIENCIA.....
EL ARBITRAJE ES UN PROCESO POR EL CUAL LAS PARTES ACUERDAN QUE UN TERCERO NEUTRAL RESUELVA EL CONFLICTO EVALUANDO LOS ARGUMENTOS QUE SE PRESENTAN.
TIPOS DE ARBITRAJE
PUEDE SER DE DERECHO O DE CONCIENCIA.....
- ARBITRAJE DE DERECHO: cuando los arbitro resuelven con arreglo al derecho aplicable.
- ARBITRAJE DE CONCIENCIA: cuando los arbitros resuelven conforme a sus cnocimientos y leal saber y entender.
CONVIVIR CON LOS CONFLICTOS
CONVIVIR CON LOS CONFLICTOS
Tal como estamos viendo, el conflicto está omnipresente en todas las actividades de los humanos, desde que existimos como tales, por tanto aceptar el conflicto nos da una gran capacidad de comprensión de las realidades en las que vivimos como especie, su reconocimiento nos permite también ser unos cualificados actores de las realidades que vivimos, ya sea como personas o formando parte de un colectivo.
Saber interpretar y vivir los conflictos puede ser un signo de calidad de vida. Como hemos señalado, es normal que al coexistir –vivir juntos– tengamos desavenencias y que muchas de ellas ni siquiera seamos conscientes de que existen, bien porque no nos afectan demasiado, bien porque no les concedemos importancia. Pero esto no se produce gratuitamente, sino porque en nuestro aprendizaje, en nuestra especialización, nos hemos dotado de mecanismos para lograr nuestros objetivos, en nuestra convivencia, con el menor gasto de energías posible. Tenemos predisposiciones para que los comportamientos que adoptemos sean lo más exitosos posibles, para que alcancemos el máximo de bienestar. Podríamos comprender cómo los seres humanos, su vitalidad, mantendrían pulsiones continuas de acuerdo con sus proyectos, necesidades, emociones y percepciones, lo que supondría una continua «conflictividad». Sin embargo, no siempre percibimos o somos conscientes de ella, probablemente porque tenemos articulados inmensos recursos de gestión de la misma. Esto puede ser una de las claves de nuestra existencia: regulamos cotidianamente muchos conflictos sin apenas gastar energía en su gestión. Efectivamente, hay muchísimos ejemplos de conflictos regulados sin «ruido» a través de: mutua confianza, orientaciones amigables, intereses positivos hacia el bienestar de los demás, disponibilidad a ayudar a los otros, percepción de intereses y valores similares, «sentido común», comunicación honesta, etc. Sólo cuando esta regulación comienza a plantearnos problemas, cuando los mecanismos aprendidos no dan soluciones adecuadas a los conflictos nuestra conciencia nos alerta de que algo va mal. Sólo reconocemos por conflictos aquellas situaciones en las que nuestra conciencia tiene que actuar para regularlos, aunque de hecho estemos inmersos en muchos más.
Ahora bien, sobre ello se superpone otra serie de condicionantes que modifican y, a veces, distorsionan algo esta sintonía, como puede ser: compartir o no objetivos; coincidir en los valores; vivir en un espacio común; supeditación de los intereses de uno sobre otro; recuerdo de relaciones previas exitosas; expectativas de ganancias; y disposiciones a la cooperación o a la competencia. El conflicto nos acerca a un mejor conocimiento de nuestra condición humana, si queremos más científico, de todas las circunstancias que nos rodean, sea en un medio más o menos cercano o lejano. Tal como hemos visto el conflicto nos relaciona con los otros seres vivos, con la naturaleza, con el universo. Nos hace comprender que habitamos en el universo y que nosotros formamos parte de él. La aceptación del conflicto como una de las realidades de la especie humana tiene también obviamente consecuencias en los presupuestos epistemológicos –como constitutivos de la teoría del conocimiento– sobre los que basamos nuestras concepciones e investigaciones.
Tal como estamos viendo, el conflicto está omnipresente en todas las actividades de los humanos, desde que existimos como tales, por tanto aceptar el conflicto nos da una gran capacidad de comprensión de las realidades en las que vivimos como especie, su reconocimiento nos permite también ser unos cualificados actores de las realidades que vivimos, ya sea como personas o formando parte de un colectivo.
Saber interpretar y vivir los conflictos puede ser un signo de calidad de vida. Como hemos señalado, es normal que al coexistir –vivir juntos– tengamos desavenencias y que muchas de ellas ni siquiera seamos conscientes de que existen, bien porque no nos afectan demasiado, bien porque no les concedemos importancia. Pero esto no se produce gratuitamente, sino porque en nuestro aprendizaje, en nuestra especialización, nos hemos dotado de mecanismos para lograr nuestros objetivos, en nuestra convivencia, con el menor gasto de energías posible. Tenemos predisposiciones para que los comportamientos que adoptemos sean lo más exitosos posibles, para que alcancemos el máximo de bienestar. Podríamos comprender cómo los seres humanos, su vitalidad, mantendrían pulsiones continuas de acuerdo con sus proyectos, necesidades, emociones y percepciones, lo que supondría una continua «conflictividad». Sin embargo, no siempre percibimos o somos conscientes de ella, probablemente porque tenemos articulados inmensos recursos de gestión de la misma. Esto puede ser una de las claves de nuestra existencia: regulamos cotidianamente muchos conflictos sin apenas gastar energía en su gestión. Efectivamente, hay muchísimos ejemplos de conflictos regulados sin «ruido» a través de: mutua confianza, orientaciones amigables, intereses positivos hacia el bienestar de los demás, disponibilidad a ayudar a los otros, percepción de intereses y valores similares, «sentido común», comunicación honesta, etc. Sólo cuando esta regulación comienza a plantearnos problemas, cuando los mecanismos aprendidos no dan soluciones adecuadas a los conflictos nuestra conciencia nos alerta de que algo va mal. Sólo reconocemos por conflictos aquellas situaciones en las que nuestra conciencia tiene que actuar para regularlos, aunque de hecho estemos inmersos en muchos más.
Ahora bien, sobre ello se superpone otra serie de condicionantes que modifican y, a veces, distorsionan algo esta sintonía, como puede ser: compartir o no objetivos; coincidir en los valores; vivir en un espacio común; supeditación de los intereses de uno sobre otro; recuerdo de relaciones previas exitosas; expectativas de ganancias; y disposiciones a la cooperación o a la competencia. El conflicto nos acerca a un mejor conocimiento de nuestra condición humana, si queremos más científico, de todas las circunstancias que nos rodean, sea en un medio más o menos cercano o lejano. Tal como hemos visto el conflicto nos relaciona con los otros seres vivos, con la naturaleza, con el universo. Nos hace comprender que habitamos en el universo y que nosotros formamos parte de él. La aceptación del conflicto como una de las realidades de la especie humana tiene también obviamente consecuencias en los presupuestos epistemológicos –como constitutivos de la teoría del conocimiento– sobre los que basamos nuestras concepciones e investigaciones.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)